Decía Foucault que, en la Grecia clásica, lo ético era
cuidar de sí mismo. Tras siglos de moral cristiana, esa práctica de la ética fue
siendo caracterizada como egoísta, ya que Cristo recetó la ayuda directa al prójimo
e, incluso, si llega el caso, el sacrificio. Ya cuidará Él luego de los caídos.
En estos días de pandemia, aquel “ethos” de la Hélade
parecía haber regurgitado: si quieres hacer algo por los demás, cuídate a ti
mismo. Si quieres ayudar a tu entorno, ayúdate a ti. Imagino a la población
ateniense o, mejor aún, espartana, cuidando de sí mismos, en el gimnasio,
esculpiendo esos bíceps de cómic para frenar al enemigo exterior. La relación
lógica era obvia: fortalecer el cuerpo era el modo de aportar fuerza a la
polis. Si quieres una Esparta musculosa capaz de hacer frente a los atenienses,
diría algún lema de la época, muscula tu cuerpo.
Atenas era más pequeña que Logroño en aquellos siglos de
lustre antes de Cristo. La polis era conmensurable, reconocible, recorrible,
sin horizontes difusos que la hicieran extraña. Uno caminaba y, llegado un
punto del paseo, reconocía el exterior. Y, en esa fisicidad, los atenienses, o
los espartanos, sabían qué y a quiénes tenían que defender. El paso de la ética
a la política era sencillo.
La expansión alejandrina posterior desdibujaría el perímetro
de las ciudades griegas, parte ya de un imperio cuyos límites solo alcanzaban a
pasear Alejandro y cuatro generales más. Y así fue que la ética se dispersó en
escuelas de pensamiento que, sobre todo, intentaban darle un sentido existencial
a esos griegos que ya no sabían muy bien de dónde eran, que ya no contaban con
las medidas de la polis como referencia. Epicúreos, relativistas, escépticos,
estoicos… Estos últimos se engancharon a los primeros cristianos y, por esa
senda -laberíntica, protestante, quebrada a ratos-, aquí hemos llegado.
Por eso, en tiempos de globalización postalejandrina,
sorprendió ver al presidente diciendo eso de que, para ayudar a los demás, nos
ayudáramos a nosotros mismos. Pericles, pensé mientras alzaba la vista de la
curva un instante... Incluso se cerraron las escuelas, que es lo primero que un
gobernante griego hubiera propuesto (“skhole” quiere decir “tiempo
libre”, o sea, aquello que se hacía cuando uno no se hacía más fuerte). Pero
no. Pericles periclita, me temo. Aquella ética griega no está aquí para
quedarse. Solo la pandemia o la guerra representan, efímeramente, amenazas que
nos unen hasta que desaparecen. Luego regresamos al calorcito del egoísmo, que
es un vicio muy moderno.
El lenguaje bélico que invoca aquella ética está siendo tan evidente
como ridículo. Las ruedas de prensa del comité técnico se inician con un “sin
novedad en el frente”. En ocasiones, y no sé si como eufemismo o tecnicismo, se
refieren “militares caídos” y, expresamente, se dice que “no hay fines de
semana en la guerra”. En Italia, los cazas colorean el cielo con la tricolor al
ritmo épico del “Nessun dorma”. Y, en este marco semántico, Pedro Sánchez asegura
que “heroísmo es lavarse las manos”.
Hay miopes, por lo general tuiteros de navajilla, que
localizan el fallo sistémico de la humanidad en la mala gestión de este o de
aquel. Sin embargo, esta epidemiología amateur que sufrimos no sabe cómo explicar
que nuestro sistema de gestión del mundo, nuestra “pax”, se haya demostrado
altamente inestable desde hace décadas, siglos, con multitudes damnificadas y
el planeta en ruinas. Sucede ahora que esta crisis le ha tocado a los ganadores
de la globalización, ha llegado al centro de la (metró)polis, hasta nuestros
bronquios. Pero, a diferencia del 11S o del 11M, el enemigo no puede ser odiado
figurativamente como entonces, como colectivo que expende maldad. Porque el sistema-mundo
se ha quedado sin afuera, porque el enemigo está en nosotras, recorre
nuestros cuerpos, se ha instalado en nuestras células, somos nosotros. Eso ha
cortocircuitado las estrategias propagandísticas de siempre, que, a pesar de la
retórica bélica, ya no pueden pasar por odiar lo externo y espectacularizar las
trincheras. Solo cabe relacionarnos de otro modo y reformularnos éticamente en
un esfuerzo, se ve, heroico.
Y queda doblar la curva, queda que lancemos la bomba palpitante
de vacuna al virus y, cuando salgamos a celebrarlo con carteles de “War is
over”, cuando homenajeemos a los caídos, será bueno reconocer que el heroísmo solo
puede serlo si es coyuntural. Una sociedad de héroes, un funcionariado de
héroes, un ejército de trabajadoras “erteadas” heroicas, una ciudadanía hogareña
de héroes no es sino una deformación mítica que solo es sostenible en las
odiseas literarias. Recordémoslo durante la resaca que seguirá a la “victoria”
para hacer de esta ética, hoy sublimada, una estructura contundente del “nosotr@s”,
de lo público y de lo común. Heroísmo será, en definitiva, luchar para que no
tenga que haber héroes. Eso es, más o menos, lo que Platón replicaba a quienes
le contaban la Odisea con actitud moralizante… y eso, tal vez, implique un
cambio de paradigma económico y social en el que no nos guiará la medicina o la
epidemiología, sino la política; la política que medre mañana desde la ética de
hoy. Veremos.
1. En España, a) el personal castigará a un gobierno incompetente y lo sustituirá por mejores gestores, gente seria con más corbatas que coletas, gente que dé seguridad. O b) la gente, mayoritariamente, comprenderá que mercantilizar es seguir prosperando en la precariedad de sus cuerpos, je.
2. La UE dirimirá, a la salida de esta crisis, si a) evitan que el dinero público atraviese fronteras para que no se expanda la ética entre países. O b) generan un sistema financiero de compartición de riesgos y garantía de servicios públicos, jeje.
3. China y EEUU a) seguirán pugnando por desvelar la filiación enemiga del virus para legitimar su lucha comercial, lo que estiraría las lógicas del dentro/afuera y ahondaría en las estrategias de guerra, solo contenidas porque, afortunadamente, ambos países tienen la bomba atómica. O b)… jajaja.