7/2/11

¿POR QUÉ YA NO NOS GUSTAN TANTO LOS SIMPSON?

Al principio creíamos que era culpa del nuevo doblador de Homer. Al fin y al cabo no se puede dar voz al tipo más espabilado de Nueva Jersey (Tony Soprano) y, a la vez, a uno de los menos listos de Springfield, aunque compartan muchas otras cosas…
Pero no. No era la voz. Supongo que lo del doblador lo tomamos como una de esas anécdotas que pueden explicar toda la complejidad de los procesos; ya se sabe: la Gran Guerra estalló porque un joven serbobosnio asesinó al archiduque Francisco Fernando de Austria. Fin.
Con el paso del tiempo nos fuimos dando cuenta de que habría habido guerra aun sin joven serbobosnio y de que nuestros amigos amarillos nos habrían dejado de gustar aun con la vieja voz de Homer. Y es que los Simpson han perdido la estructura narrativa que los hacía distinguibles como una de las primeras series más allá de lo pop de la televisión.
La estructura, contemplada desde nuestra postvisión, era sencilla, aunque no por ello poco original: se trataba de la linealidad de una familia que, cada capítulo, reemprendía su historia. Eran personajes insertos en cierta rutina inicialmente extensible a cualquiera de los espectadores. Sin embargo, se comportaban en modo tan disparatado que, al final de cada capítulo, su vida nunca podría haber vuelto a ser la misma. La capacidad crítica de los Simpson radicaba en que, a pesar de que arruinaban irreversiblemente sus rutinas tras un mal cálculo, la normalidad siempre regresaba. Eran una síntesis genial de lo que en los ochenta habían puesto en práctica, por separado, las sitcom populares más mordaces y los cartoons menos correctos. Así es como las críticas resultaban excepcionalmente punzantes: a pesar de lo dicho y hecho, la familia se recomponía, seguía funcionando, resultaban incluso más tiernos… inconcebible.
Pero, de repente –y esta es la tesis insustancial– ¡¡los Simpson se hicieron reflexivos!!. No los personajes (que ya lo eran en la medida en que eran como nosotros), sino la serie misma. Este es el capítulo que marca, simbólico, como el disparo de un joven serbobosnio, la defunción de los viejos Simpson: Detrás de las risas
Se trata de ese momento en el que la serie asume el éxito de su acidez y decide no hipotecar su humor a la recomposición de la familia. Y ese es el modo de no hipotecar el humor al espectador, que reconoce la familia como ese estado de las cosas no negociado: las referencias pop de los Simpson partían, en cierto modo, de aquellos universales de la modernidad que todos compartíamos: la educación, el consumo, el desarrollo, el trabajo, la religión… y lo hacían a través de las instituciones que todos teníamos en mente… lo hicieron tan bien, condensaron de forma tan magistral toda la ridiculez que circulaba por el mundo que, un día, decidieron que esa televisión cúbica del siglo XX era un espacio demasiado atorado para tanta grandeza.
Atravesaron la pantalla y decidieron que ya no importaba proyectarse como familia porque lo único que importaba ya era estirar la crítica en toda su crudeza. Y así las referencias pasaron a ser esas que algunos autores llaman afterpop (supongo que por evitar la cacofonía de postpop): ya no se proponen lugares comunes, sino que se le lanzan al espectador referencias recónditas, extrañezas y expresionismos que le mantienen alerta y tenso desde los títulos de crédito. Ya no puede uno dibujarse la sonrisa y dejarse llevar por ese itinerario de etapas conocidas, porque ya cada frase es un reto: ¿dónde estamos? ¿de qué habla? ¿quién es ese?. Ya no importa que la familia se recomponga porque cada episodio se forja en las agudezas que cada personaje lanza a discreción (Homer es ahora tan avieso como un gangster de Nueva Jersey). Ya no hay tiempo para componer una paz inicial con aquella musiquilla de metarrelato costumbrista que nos invitaba a empatizar…

Los Simpson se han convertido en una mala imitación de Padre de Familia y, paradójicamente, Padre de Familia no podría comprenderse sin aquellos añorados Simpson.
Queda por dilucidar si nuestros amigos de dieciséis dedos traicionaron a la modernidad y a sus grandes cuestiones o si, inversamente, fue la modernidad la que les dejó colgados… Yo prefiero pensar que los Simpson fueron una de esas causas insondables que la mataron de ridiculez.
En cualquier caso, no le echen la culpa al doblador.