10/6/12

Y LUTERO NOS RESCATÓ

Hay quienes piensan que, por fin, ha germinado la ética fraternal entre los hijos de Lutero, esos que están dispuestos a dejarnos 100000 millones de euros… y sin embargo no. El rescate de España aboceta un nuevo horizonte autodestructivo articulado en tres intensidades:
1ª) Control de las soberanías financieras disolutas: Las Comunidades Autónomas, ebrias de capitalismo, habían desarrollado un modo especulativo cajahorrista y provinciano que pasaba por la generación de riqueza cortoplacista e inmobiliaria a toda costa, en torno a clientelas paisanas, sin diversificación de negocios. Los desajustes causados fueron tales que este nivel de aparente riqueza solo se podía sufragar en una ficción presupuestaria que desestabilizaba el orden financiero europeo. Eso se acabó, porque vosotros, católicos que jugáis a ser autónomos –dicen los bárbaros– nunca habéis sabido especular utilitariamente. Parece razonable.
2ª) Gobernanza mediante la deuda: Nos dejan el dinero para tapar ese agujero y dicen que no hay condiciones para la gobernanza de España más allá de lo estrictamente financiero. El ejercicio de poder transpirenaico sobre los españoles, por tanto, no será vertical, sino que se inoculará de modo más fino en el funcionamiento lógico de la soberanía financiera propia: los intereses derivados del préstamo serán computados como deuda soberana, de tal modo que, para seguir cumpliendo los objetivos de déficit, deberá presupuestarse menos en otras áreas. No hacen falta hombres de negro. Seremos nuestros propios hombres de negro para nosotros mismos. Un poco menos razonable.
3ª) Inhabilitación del Estado: Desactivan el sistema financiero de las CCAA, correcto, controlan el territorio mediante el déficit, está bien, pero, sobre todo, lo que trasluce en último término de esta crisis en Europa es que, definitivamente, el Estado ya nunca podrá gastar más de lo que tiene. En otras palabras, el Estado no podrá endeudarse, no podrá invertir, de tal modo que, técnicamente, el Estado keynesiano que conocíamos pasa a ser, por fin, un sujeto inhábil para cualquier actividad económica, ya que cualquier otro sujeto con capacidad de endeudamiento ofrecerá, en un sistema de flujo de capitales vertiginoso, mejores servicios. Lutero nos ha hecho, por fin, verdaderamente autónomos: el Estado es para los débiles de espíritu, así que queda certificada la defunción de la razón colectiva.

El rescate de España parece marcar el principio del fin de la crisis económica iniciada en 2008. La clase media que estos últimos años ha jugado a la Revolución respira más tranquila, ya que sus ahorros están garantizados… lo que les importa menos es que ya nada volverá a ser lo mismo. La restructuración operada nos sumerge en un nivel desconocido del circuito capitalista, un nivel en el que parte de esa clase media que nunca apostó por salir de este proyecto europeo serán parias. Tal vez, entonces, jueguen a la Revolución con algo más de fe.

3/6/12

LA FÁBULA EUROPEA DEL ENDEUDAMIENTO


Esopo elogió la conveniencia del ahorro en su famosa fábula, proyectando esa virtud en una hormiga que acumula el fruto de su trabajo durante el verano para así dar esquinazo a las durezas del invierno. Lo que fue velado es que el fabulador tracio elogió también otro tipo de virtud; y es que cuando la cigarra se vio sin recursos en invierno, la hormiga comprendió que lo ahorrado debía compartirse.
La bárbara versión moderna de esta fábula evita un final tan razonablemente helénico y, reconstruida sobre las bases individualistas de  la modernidad, introduce una variante nada marginal –aunque de raigambre marginalista, esa escuela económica que raptó a Europa– en la que la cigarra debe asumir las consecuencias de sus ligerezas y arreglárselas sin la caridad de la hormiga.
Como la ética de los tiempos la marcan las fábulas, las cigarras, desde esta última versión, debieron decidir entre ahorrar como una hormiga o –y esta segunda opción nunca pudo imaginarla Esopo– endeudarse hasta las cejas para comprar los medios y las técnicas con los que las hormigas obtienen sus frutos. Es así como las hormigas, sin que medie caridad, siguen manteniendo a las cigarras y, además, pagan las deudas contraídas por estas. ¿Ingenioso, verdad?
Esta es, como todo el mundo sabe, la lógica del capital: endeudarse en la dirección acertada para tomar ventaja frente al resto. Y es que el progreso, el crecimiento o la creación de riqueza es, a fin de cuentas, una huida hacia delante en la que un individuo, una empresa o un Estado se endeudan virtuosamente para que, en un determinado plazo, les deban más dinero del que ellos deben. El problema es que, aunque queramos sacudirnos esta lógica de encima, no podemos, ya que cruza nuestros cuerpos tan intensamente que trasciende voluntades: no solo operaba esta lógica en aquel aciago momento en el que compramos el coche o el piso, sino que opera cuando una empresa nos da o nos quita trabajo, o cuando el Estado sube o baja nuestras pensiones, invierte o desinvierte en sanidad... Nuestras vidas se mueven al son que marca la virtud del endeudamiento; el individual, el empresarial o el público.
Hay crédulos que insisten en describir el progreso como una sedimentación de derechos subjetivos, como el resultado lineal de la voluntad empecinada de lo humano. Hay quien comprende, sin embargo, que todos esos derechos son el resultado de deudas cruzadas, deudas entre individuos, empresas y Estados que habilitan estatutos concretos (sin perjuicio de la lucha que por ellos libraron los interesados, pero en las coordenadas de lo que posibilitaba lo adeudado, como saben nuestros colonizados).
Esta es la lógica descriptiva de nuestra historia que parece eclosionar estos días de prima de riesgo y endeudamiento desmedido. Son los días en los que los humanistas insisten en que nuestros derechos no se negocian. No entienden que nuestros derechos siempre han sido un negocio tras otro. Cuando los obtenemos, dicen, es el fruto de nuestra férrea voluntad. Cuando nos los quitan, se lamentan, es culpa de especuladores y cigarras que reclaman sus deudas. En realidad, obtenidos o perdidos, nuestros derechos son el resultado de lo que pagamos y lo que nos pagan. Son las mercancías a las que tenemos acceso.
Ya sospechábamos que los griegos, los portugueses, los italianos o los españoles –esos residuos de civilizaciones clásicas– eran gente inadaptada para el negocio del endeudamiento, la amortización y la recursividad capitalista. Al fin y al cabo solo piensan en el prójimo próximo (sanidad, pensiones, enchufismo y, si acaso, alguna cadena de oro). Lo que sabemos ahora es que, cuando la cigarra europea ha hecho de nosotros hormigas ahorradoras que pagarán todo (deudas propias y ajenas), no hay ni una sola voz que, en lugar de pedir más crédito para seguir haciendo frente a los débitos, reconozca en el proyecto europeo el sadismo bárbaro que constantemente inventa deudas y exige responsabilidades. No hay ni una sola voz en nuestro páramo político que busque otro horizonte a la altura de la tradición racionalista, la de verdad, no la moderna.
Si todo va como se espera, alguien adelantará el dinero de nuestro endeudamiento poco virtuoso y nuestros políticos más humanistas volverán a pedir derechos subjetivos en un nuevo marco de lo posible, intentando generar situaciones ventajosas frente a otros en el largo invierno que se nos viene encima. Si, por esas casualidades de la historia, radicalizamos la crítica, tal vez podamos, de una vez por todas, renegar de la fábula del endeudamiento y trazar una tangente real a la circularidad del autodestructivo proyecto europeo. Eso sería, tras décadas de mascarada y dudosos sujetos revolucionarios, una decisión relevante y posible. Eso sería, después de mucho tiempo, política real.