16/2/12

EL TRIBUNAL SUPREMO HABLA Y LA IZQUIERDA NO LE ENTIENDE

El Tribunal Supremo ha avalado el tratamiento de datos de carácter personal sin necesidad de que el interesado dé su consentimiento. 
De este modo, y más allá de violaciones de la intimidad y otros argumentos de programa rosa, el Tribuna Supremo, sin cortapisas ni voluntades necesarias, nos ha declarado a todos -en tanto que procesadores comunicativos- mercancía a disposición del capital. Mientras la izquierda vuelca su atención sobre las derivas innegociables del estatuto del trabajo -ese derecho especial del estado del bienestar que ya nunca volverá- no repara ni por un segundo en que son estas sentencias las que están escribiendo el futuro de nuestros cuerpos...
Porque la intensidad y violencia con la que el trabajo y la creación de valor hará de todos nosotros meros residuos, depende de cómo nos están re-titularizando jueces y legisladores, no de cómo intentamos mantener las titularidades del pasado a fuerza de sindicalismo decimonónico.

13/2/12

ENTONCES... ¿TODOS SOMOS GRECIA?


Ahora es cuando todos enardecemos, porque ahora es cuando podemos verlo todo en clave de sencillas dualidades comprensibles: las masas parecen estar muy seguras al posicionarse contra la flexibilización de la nueva reforma laboral, esa que marca la frontera entre trabajadores y empresarios; y las masas parecen convenir, sin duda, que si por ellas fuera estarían quemando edificios, como en Grecia...


Pero esta teatralización en la que, estos días, las masas se encuentran a sí mismas, es un coletazo del pasado, una reminiscencia proustiana: en realidad la masa no sabe muy bien si está compuesta por trabajadores platónicos o por creadores aristotélicos; porque en el fondo de la masa desestructurada, es decir, en el fondo del sujeto, se cruzan corrientes de difícil conciliación: la masa quiere ser unidad obrera pero la masa se agrieta en átomos de creadores únicos y especiales, genios, todos genios hiperformados. La masa quiere ser belicosa frente al empresario, pero la masa es un agregado de individuos heterogéneamente cualificados que sublima sus capacidades hasta convertirse en empresario que apuesta por sí mismo. En esta esquizofrenia, lo que la masa no sabe es que si los trabajadores griegos consiguen escapar del yugo europeo y luterano, les espera la estabilidad laboral a golpe de moneda devaluada y exportación de barcos, es decir, a golpe de trabajo manufacturero y periférico. No se trata de que a los trabajadores europeos les falte conciencia de clase, sino de que tienen conciencia de no querer volver a los astilleros habiendo probado los ordenadores personales, el diseño, la gestión de recursos, el arte, la cultura y, en general, la economía especulativa 2.0.

El ejemplo griego pone en escena la organización de las masas frente a enemigos reconocibles que les cierran las escuelas, los hospitales y los astilleros... ¡ojalá consigan repeler a esos europeos e inventar alternativas! Pero el ejemplo griego, traspuesto literalmente al resto de Europa, es una frivolidad. Porque la experiencia helena solo puede tomarse en serio convenientemente modulada; porque aquí ya es tarde para creernos rudos estibadores de puerto...

8/2/12

CONTADOR, CON OJOS DE GATO DE SHREK...


Decía Eufemiano Fuentes que sí, que él suministraba esto y lo otro, pero que lo hacía porque era su trabajo (risas, claro). Y sin embargo, a pesar de las risas, eso que decía nuestro querido doctor Colombia es la verdad más descarnada que se ha escuchado últimamente en foros deportivos (salvadas, claro está, tautologías a lo Sergio Ramos, heredero natural del inolvidable orador Fernando Hierro). Eufemiano, también conocido como Eufemismo, sostenía que él no era el desencadenante de los triunfos, las derrotas, los positivos o los negativos, sino que era parte del engranaje de una disciplina que había perdido el rumbo desde que los deportistas buscaban marcas inhumanas, de tal modo que su papel se reducía a mantener con vida cuerpos estirados más allá de los límites biogenéticos soportables. Ya se sabe, el hipócrita juramento hipocrático del científico. Porque Eufemiano es un científico, y a ojos de un científico el deporte deja de ser un espectáculo en el que se juega, se pasa y se toca, para convertirse en otro juego más lógico y determinado, en una ecuación de dos variables evidentes y relativamente previsibles con las que trabajar en abstracto: el cuerpo humano y las marcas.

Y así, cuando el deporte se hace negocio, los profesionales se relacionan entre sí a partir de esa ética del trabajo abstracto: miles de deontologías, lógicas científicas, juramentos hipocráticos y hasta razones de Estado (la riqueza de la nación, la marca España) se vuelcan en el asunto. Y entonces, con tanto profesional volcado, se olvidan las referencias originarias –eso de jugar y mantenerse en forma– porque, de repente, se interpone la cosa del oficio y del deber protocolizado en busca de la marca: fisios, estrategas, psicólogos, dietistas, masajistas, cardiólogos, traumatólogos, endocrinos, hematólogos… una cohorte de especialistas implantando protocolos tecnológicos en los cuerpos y hábitos de los deportistas, que hace de todos ellos una suerte de Pistorius disimulados… la cosa del negocio…

El dopaje es solo una variante más de esa tecnologización, como las piernas de Pistorius. La diferencia formal que el derecho traza entre el dopaje y el resto de tecnologización disciplinada del deportista es que aquel, dicen los científicos relativistas postmodernos, es malo para la salud… ya se sabe, las fronteras difusas del derecho. En realidad, caerse por unas escaleras es mejor para el cuerpo que someterlo diariamente a un entrenamiento que trate de estirar hasta el último hálito las posibilidades físicas (ingenuos legisladores…). Sin embargo, el derecho –que es el modo de tener la sartén por el mango sin que se note– elabora listas de productos prohibidos. ¿Por qué? Porque la única manera de mantener cierto orden en el deporte pasa por modular el progreso tecnológico si este resulta inmediatamente ingobernable. Así, si el dopaje –o la tecnología química aplicada al cuerpo– no fuera regulado, conformaría un escenario en el que el campeón sería, sencillamente, el primero de los que siguieran vivos tras cruzar la meta (y ese momento, aunque llegará, hay que retrasarlo, como los estallidos de las burbujas en cualquier negocio). Porque el dopaje no se diferencia de los demás ámbitos tecnologizados del deporte en que sea malo para la salud, sino en que se implementa en el deportista de manera automática, sin procesos de aprendizaje o lentas interiorizaciones, sin sufrimientos ni penurias demasiado humanas. Y esto hace que su ritmo de innovación sea autónomo y demasiado vertiginoso, demasiado incontrolable. Por tanto, procede la intervención pública que llame tramposos a los dopados por querer acabar con el negocio del deporte demasiado pronto (el problema particular del ciclismo, dicho sea de paso, es que es un negocio de explotación poco definida, de tal modo que se le atiza sin contemplaciones). Ya el imperativo tecnológico acabará con todos el día que los científicos circunvalen definitivamente las listas prohibidas, pero de momento, parecen decir las autoridades deportivas, no crucen la raya. Lo perverso de todo esto es que, a fuerza de mediaciones simplonas, esa raya que marcan las autoridades deportivas es asumida como frontera ética.

Contador decía, con ojos de gato de Shrek, que él no se había dopado y tal… eso es porque Contador no es el médico de Contador. Lo trágico no es la incerteza a la hora de dilucidar si se ha dopado o no; lo trágico es que Contador, Nadal, Gasol, Ronaldo o –qué demonios– Iniesta, están en esa carrera de tecnologización, en esa carrera por la que disponen su cuerpo y aptitudes a la disciplinarización científica y, paralelamente, son sacralizados como una tipología de individuos que hacen mejor el mundo. Nada menos.

Después de esta imputación, que no hayan respetado una lista arbitraria de sustancias prohibidas es anecdótico.

6/2/12

CRISIS, CLASE MEDIA Y HASTA SAMPEDRO (JOSÉ LUÍS) INDIGNADO


Hay una gran ficción que se ha activado con fuerza en el entorno de la crisis económica: la vilipendiada clase media. Fíjense que, gracias a las teorías económicas humanistas a lo Sampedro, la dicotomía clásica de la modernidad (esa que nos diferenciaba según la distinción fijada en el contrato de trabajo, obrero/empresario) se ha transformado ahora, como en una deslumbrante reconcepción mágica del panorama, en la dualidad cuasi-ética super-especulador-multimillonario-hijodeputa / ciudadano normal que solo quiere vivir en paz y tranquilo. Esta dicotomía, que funciona porque es muy fácil de aprender y porque puede ilustrarse con mucho gracejo en las redes sociales, nos convoca a todos en esa clase media abocetada por el estado del bienestar. Nuestra labor, si acaso, pasa por añorar sus buenos tiempos y empeñarnos en demandar la integridad de aquellas leyes del trabajo, en general, que protegían la dignidad de los ciudadanos medios, nosotros, casi todos. Lo que las teorías humanistas de Sampedro, el indignado, no cuentan es que el nuevo orden productivo hace tiempo que viene dejando atrás cualquier dicotomía formal en su funcionamiento, inhabilitando, así, la consiguiente trasposición cuasi-ética: por un lado Botín y por el otro nosotros, la clase media, sí, aunque... tal vez no haya que irse hasta Botín para encontrar los desajustes del sistema, porque... ¿de qué clase media hablamos? Están ustedes rodeados por una clase media que, gradualmente, imperceptiblemente, sin hacer ruido, sin grandes fallas, sin mucho lustre, acumula derechos, salarios, dividendos y otros beneficios que, de repente, la transfiguran en clase alta… altísima: asalariados exitosos, ahorradores con varios inmuebles en la cartera, personal que medra y acumula diez cargos, personal estatutario que asienta derecho subjetivo tras derecho subjetivo, jefes de servicio, de sección o de baldosa, directores generales o directores en general, responsables de esto o de eso otro aún más importante, catedráticos meritorios y eméritos como Sampedro… buena gente, en definitiva (tan buena gente que los sindicatos solo se toman en serio su causa y no la de esos otros indeterminados, el resto). Ellos son el corazón de la clase media. Visto que el resto compartimos con ellos ciertas características (el teléfono móvil, no tener un yate de más de 8 metros de eslora y no ser máximos accionistas de multinacionales), y visto que todos queremos alcanzar su estatus (algunos lo conseguirán y otros caerán desde él), consideramos que, tras oír a Sampedro, puestos a trazar dicotomías, ellos, la clase media que nos rodea –esos con los que tomamos café de vez en cuando– son de los buenos. No nos enteramos, gracias a clasemedistas como Sampedro, de que las contradicciones del capital han deshabilitado ya cualquier estructura real de economía global –en la que unos pocos príncipes maquiavélicos moverían los hilos– para habilitar tantas economías como individuos, es decir, tantas clases sociales como sujetos jurídicos. Es en esta batalla caótica donde cada uno defiende su propia valía, cada uno construye su victoria y cada uno lucha por esos ya escasos derechos laborales como por una camiseta que lanza el futbolista estrella a la grada… Y una vez construida y asentada la victoria, todos la llaman derrota para que la despistada izquierda siga luchando por leyes formales que aboceten el utopos soñado: un lugar de trabajo común y homogéneo. Se trata de leyes que, aplicadas, garantizan el bienestar de algunos –los que ya son estables–; se trata de leyes inadaptadas e incapaces de poner freno a la colonización capitalista de otros muchos –los inclasificados–. Porque hace tiempo que las dicotomías no agotan la complejidad social y laboral. Porque hace tiempo que deberíamos luchar por un derecho social que trascienda estabilidades privilegiadas y selectas, como las de la alta clase media. Pero ni Sampedro, ni la izquierda, se quieren enterar.

1/2/12

FACEBOOK COTIZARÁ EN BOLSA


Facebook está a punto de cotizar en bolsa. Parece una de esas noticias tecnológicas enmarcadas en las rarezas de la nueva economía... pero es algo más. Y es que esta noticia anuncia la recursividad económica más perfecta a la que hayamos asistido desde Google: Facebook produce posibilidades añadidas para la venta de mercancías a partir de la interacción de sus usuarios, de modo que Facebook tiene un valor global calculado con base en las posibilidades de negocio que ofrecen los datos de personas conectadas que se hablan, se miran, se comentan... Ahora la empresa de Zuckerberg sale a bolsa y, con ello, variará su valor en función de las posibilidades que el inversor calcule de que los datos de usuarios indiquen posibilidades para hacer negocio, es decir –y saquen una pizarra para afrontar la siguiente oración– Facebook variará su valor en virtud de las consideraciones de ciertas personas sobre el valor de los datos de otras personas para animar a más personas para que compren mercancías... una deriva un tanto incierta... Se trata de la sublimación de una economía sin referencias objetivas erigida sobre el acontecimiento fugaz del negocio imprevisible, la recogida del beneficio y el cierre definitivo. En esta lógica solo salen ganando extrañas presencias pseudohumanas que invierten y corren (Bono el de U2, Microsoft o Goldman). Los demás, los que tenéis estómago y necesitáis dormir de vez en cuando, estáis perdidos (salvo si pertenecéis a una incierta y selecta clase media...).