5/6/11

¿QUÉ HACER EN LAS PLAZAS?

Decía Tony Blair que debe respetarse esa expresión difusa del sentimiento que son las acampadas en las plazas, siempre que, como en una mutualidad, los acampados propusieran alternativas, que es para lo que se les contrató como ciudadanos. De un modo parecido, los medios de comunicación más sospechosos han venido en estas últimas semanas concediendo su cotizada cobertura a esta suerte de mayo de 2011 aunque, claro está, buscándole al cambalache teatralizaciones aptas para la emisión, guiones facilones que allanen un relieve complejo, buenos chavales que hablen en nombre del 15M.
Tony Blair y los medios de comunicación coinciden: interpelan al movimiento, le instan a definirse, a converger en síntesis, en significados concretos susceptibles de ser puestos en juego en el gran espectáculo de la racionalidad, que son los consejos de administración, las reuniones sectoriales, las tertulias radiofónicas o, en último caso, los parlamentos. Tony Blair y los medios de comunicación saben que el capitalismo tardío (o sociedad de la información, que es su marca blanca) es informal, es flujo descarrilado, es inestabilidad, es cruzamiento de actores, es espacio liso, es clase media siempre al borde de la exclusión... Tony Blair y los medios de comunicación saben que el capitalismo tardío se alimenta de que nos creamos clase media, siempre rozando el triunfo… Por esto, cuando los actores cruzados del capitalismo tardío (estudiantes, jubilados, obreros, autónomos o, retomando al Foucault que retoma a Borges, pertenecientes al emperador, incluidos en esta clasificación, que de lejos parecen moscas, etc.) se indignan juntos en una plaza, hay quien se sorprende porque toda esa gente no debería conocerse, porque no han hablado antes en la fábrica, porque no estudian juntos, porque no les cortaron la financiación a la vez, porque incluso compiten por los clientes… Por esto hay quien, antes que nada, quiere saber quiénes son y qué quieren.
Lo inquietante de este movimiento es que los circos de racionalidad de los que hablábamos antes no tienen un nombre cierto en el que encapsularlo, un concepto en el que sujetar su dinamismo, de modo que lo urgente para los inquietos es interpelar a sus portavoces, exigirles propuestas concretas, reducir toda la complejidad de su incierta genealogía y hacerla converger en un proceso de doma política. Porque cada asamblea que toma decisiones de gobernabilidad, cada propuesta de deber ser que se gesta en las plazas, es un modo de rescatarle media sonrisilla al tertuliano que, de repente, aprehende el asunto y lo reenvía a su quicio de racionalidad, que es el de todos los que no están dispuestos a ir a la cárcel.
Este movimiento de incierta genealogía no debe convertirse, contradiciendo la recomendación de Tony Blair, en un ejercicio colectivo de ciudadanía, no debe sustanciarse en asambleas de ilustrados con vocación constituyente, sino que debe luchar por volver a ser manifestación rabiosa de cuerpos heridos. Cualquier intento por emitir política formal desde las plazas es un modo de rescatar sonrisillas a tertulianos radiofónicos, de filtrar exclusivamente las propuestas racionales, de comunicar con base en conceptos sancionados, de reducir la complejidad metropolitana… es un modo de obviar buena parte de las maneras en las que el capital hiere nuestros cuerpos…
Este movimiento de estudiantes, obreros, voluntarios, mendigos, opositores, becarios,  funcionarios, arquitectos, albañiles, internautas, despistados... no debe decelerar hasta una puesta en común de lo que deberían hacer las instituciones. Cuando llegue ese estatismo, ese documento final, ya no habrá movimiento ni horizonte al que acercarse. No les digamos qué hacer, sino qué han hecho. Ojalá que las plazas y los barrios sigan siendo rabia y denuncia. Enseñemos las heridas y conozcámonos. Seamos, si acaso, sujeto para nosotros -no según ellos- aprendamos a defendernos y sigamos generando inquietud. Nada menos que eso.
La política, la que es capaz de salvar los cuerpos, es más radical y sinuosa, no negocia consensos y sabe esperar su momento; el momento que marcan demasiadas heridas de los cuerpos; los cuerpos que transitan la ciudad y, a veces, acampan en las plazas.

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