15/10/11

EN PLENA EFERVESCENCIA TRIUNFALISTA DEL 15-O...

En plena efervescencia triunfalista del 15-O, valga un extracto de un artículo de Bueno para agitar la agitación:

"Desde este punto de vista el diagnóstico más certero que cabría dar sobre la naturaleza de los «indignados» tendría que formularse, no tanto en el ámbito de coordenadas domésticas (PSOE, IU, PP, Unión Europea, liberalismo democrático), sino acudiendo a coordenadas de escala epocal mucho mayor. Sencillamente, y para abreviar: la rebelión de los «indignados» se correspondería (analógicamente, proporcionalmente) antes a la rebelión de los albigenses o de los valdenses, de los siglos XII y XIII, o al movimiento de los anabaptistas del siglo XVI, que a las rebeliones anarcosindicalistas del siglo XIX, o a las socialdemocráticas de la Segunda Internacional, incluso a las comunistas de la Tercera Internacional.

Porque las rebeliones albigenses, valdenses o anabaptistas se hacían en nombre del cristianismo real («apostólico») frente al cristianismo eclesiástico-jerárquico («constantiniano», se diría después), pero en realidad los albigenses, valdenses o anabaptistas impulsaban un movimiento que destruía las bases de la Iglesia Católica como institución histórico universal (destrucción que culminó con la Reforma luterana). Asimismo, los movimientos de los «indignados» estarían impulsando unas corrientes que, en nombre de la «democracia real» irían dirigidas (inconscientemente) a minar las bases de las «democracias homologadas» realmente existentes, a saber, las democracias parlamentarias.

Incluso los motivos apocalípticos o quiliásticos de albigenses o anabaptistas que veían muy cercano, gracias a los signa iudici, el fin del Mundo, tendrían sus paralelos en los motivos apocalípticos del ecologismo catastrofista de nuestros días (calentamiento global, agotamiento de los recursos económicos, curvas TRE, &c.).

La gran diferencia es que los albigenses, valdenses o anabaptistas proclamaban una paz evangélica que sobrevendría tras los feroces actos de salvajismo inspirados, por ejemplo, por Pedro de Bruys, en la Aquitania de 1122, o en el Viernes Santo de 1147 en el Languedoc. Los albigenses (condenados en el Concilio de Albi de 1176) y poco después sus hijuelas, los valdenses, encontraron el apoyo del vizconde de Albi, Rogerio, conde de Tolosa. Inocencio III impulsó una verdadera cruzada contra los albigenses. El abad del Cister fue nombrado generalísimo de un ejército de 500.000 hombres, y en el asalto de Beziers (22 de julio de 1209) pasaron a cuchillo a 60.000 habitantes (se decía que el abad Arnaldo respondió a quienes le pedían señas para no matar a los católicos: «Matad, matad a todos, que luego Dios los distinguirá en el Cielo»). Santo Domingo de Guzmán, y la Orden de Predicadores por él fundada, contribuyó a pacificar y a recuperar a decenas de miles de herejes y volverlos al redil.

Muy conocidos son los movimientos anabaptistas del siglo XVI: el pastor Styfel, discípulo predilecto de Lutero, que anunció con todo aplomo el fin del mundo para las ocho de la mañana del domingo 19 de octubre de 1533; Stork, también discípulo de Lutero, y Thomas Münzer, que se rebeló contra Lutero, aunque lo cierto es que entre los anabaptistas se abrieron dos tendencias, una pacifista y otra muy belicosa. Acaso el más famoso personaje de estos movimientos (famoso al menos entre los melómanos, por la opera de Meyerbeer, El Profeta) fue Juan de Leyden, que se hizo coronar rey con la corona de la Nueva Jerusalén (Münster): el 23 de junio de 1535 las tropas del obispo y del conde de Falkenstein entraron al asalto y ejecutaron a Juan el Justo y a toda su corte. Juan de Leyden es recordado por la entereza de la que dio muestras cuando sus carnes estaban siendo arrancadas con unas tenazas candentes (el mismo 1535 escribió Luis Vives, en Brujas, su famosa obra De communione rerum, ad germanos inferiores [la Baja Alemania, los Países Bajos tan próximos entonces a España]).

En nombre de la «democracia real» los «indignados» se rebelan contra la democracia realmente existente, en nombre de un fundamentalismo democrático, como los albigenses o los anabaptistas se rebelaban contra el cristianismo tradicional realmente existente en nombre de un cristianismo fundamentalista irreal. Un fundamentalismo democrático, el de los «indignados», no ya tanto utópico cuanto puramente idealista y vacío, porque espera que la democracia asamblearia auténticamente representativa, resolverá por sí misma los problemas de la crisis del capitalismo, del paro, de la producción de energía y de su distribución, del orden internacional... El movimiento de los «indignados» es políticamente vacío, no ya utópico, puesto que las cuestiones políticas que abordan son tratadas no políticamente, sino desde una perspectiva ética, cercana al humanismo armonista y pacifista, no menos vacío, de los derechos humanos."

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